Esto puede manifestarse físicamente cuando resuelves todas sus necesidades, por mínimas que sean. Con el tiempo puede que se convierta en alguien incapaz de hacer cosas que todos los niños de su edad hacen. A la larga, este apego puede afectar su capacidad para socializar y su concepto de autoestima, ya que siempre se sentirá débil o incapaz.
A pesar de que tu hijo es uno de los motores más grandes de tu vida, no debe ser lo único que le da sentido. Si le das absolutamente toda tu atención y afecto, puedes olvidarte de ti mismo y, con el tiempo, cuando tu hijo crezca y siga con el curso normal de su vida, puedes sentirte vacío e incluso manipularlo con tal de que no se aleje de ti.
Cuidarlo de forma excesiva puede ser asfixiante y acabar de varias formas; ninguna sana. Uno, que pase lo mismo que cuando lo haces dependiente; dos, que en cuanto pueda valerse por sí solo huya de ti; y tres, que imite tu conducta y de adulto quiera tratar a los demás de la misma manera y termine por alejarlos.
Tal vez creas que si alguien te ama te hará sufrir y que, si tú amas, sufrirás y harás sufrir al otro. Tu hijo puede padecer distintos tipos de agresión contra él (física, verbal o psicológica) cuando le dices “lo hago por tu bien” o “a mí me duele más que a ti”.
Hay personas que se consideran generosas porque viven para los demás. Esa fachada de generosidad oculta un gran egoísmo. Los padres que viven así su amor hacen sentir a sus hijos que están en deuda con ellos y no pueden desilusionarlos. Usan el clásico “yo que les he dado los mejores años de mi vida”.
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