Quienes hemos atravesado por COVID nos hacemos conscientes de la fiesta que regalan los sentidos al ánimo y la salud, al cuerpo.
La neuróloga Paola Guraieb explicó que es porque nuestra capacidad olfatoria incluye unos 3 mil olores, mientras la gustativa es mucho menor. “Si dejas de oler, las alteraciones en el gusto serán predominantes. Lo que sucede es que el virus tiene una alta replicabilidad en el pulmón, en el cerebro, en la sangre y en la nariz. Por eso es común que se merme la olfacción”. Y está claro: sin olfato, perdemos el gusto.
En la lengua, el techo de la boca y en la garganta se encuentran las células gustativas, unas pequeñas partículas dentro de las papilas gustativas que se cuentan en 10 mil cuando nacemos y que se van perdiendo a partir de los cincuenta años. Probar un mole, por ejemplo, con ageusia (incapacidad de detectar sabores en los alimentos) es llevar a la boca una salsa sedosa y caliente pero desprovista de alma. Con el tiempo –aunado a una dosis de paciencia y amor a mi proceso de sanación– aprendí a valorar las texturas, las temperaturas, las sensaciones que un alimento dejaba a su paso por la boca.
Las estrategias de tratamiento en las alteraciones del olfato dependen si se trata de una pérdida total (anosmia) o parcial (hiposmia) del sentido. “En el caso de que la pérdida sea permanente, está indicado el entrenamiento olfatorio”, confirma la doctora Luna.
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