Las temperaturas bajan y para muchos, eso significa querer comer cosas ricas, tomar bebidas calientes y movernos poco. No solo es una sensación que tenemos, sino que está comprobado científicamente que mientras más frío haga, más hambre nos da.
Esto se debe a que, cuando la temperatura de nuestro cuerpo disminuye, el apetito se estimula y nos da sensación de hambre. Además, buscamos comer más porque al ingerir alimentos, la temperatura de nuestro cuerpo aumenta y de esta forma nos sentimos “con más calor”.
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El fenómeno se llama termogénesis (generación de calor), y se trata del efecto del aumento de la temperatura corporal que sentimos por el consumo de alimentos.
Cuando pasan de 30 a 60 minutos después de haber comido, nuestro cuerpo produce un 10% más de calor en comparación a cuando se tenía el estómago vacío.
Este incremento en la temperatura se da por la liberación de energía durante la digestión, ya que las comidas no solo aportan a través de sus calorías, sino que también aumentan la producción de calor.
Además, no podemos dejar de lado que el frío cambia las actividades cotidianas que hacemos. A veces se deja de hacer ejercicio y hasta se cambia el estado de ánimo. Este fenómeno es conocido como desorden afectivo estacional.
Cuando se presenta éste, los neurotransmisores cerebrales sufren cambios que producen un incremento en el deseo de comer carbohidratos (cereales, pan, frutas) en grandes cantidades.