Muchas personas se horrorizan ante la libertad. Prefieren, antes de elegir, que les digan lo que tienen que hacer.
La libertad exige esfuerzo, aunque no sea más que en el supermercado. Cuando uno va a un supermercado decente, tiene bastantes productos donde elegir: 20 marcas de café, otras tantas de té, de leche, de galletas,....
Hay otras tiendas en las cuales el café se llama Pepepe, y si no lo quieres, no compras café. Hay gente que quiere que le digan lo que tiene que hacer y se aguantan y están contentas con eso. Hay una novela de Vicente Blasco Ibáñez, La araña negra, que retrata cómo los curas convencían a las viudas ricas para que donasen sus riquezas para asilos, hospicios, guarderías, etc. sin que aquellas tuviesen voluntad propia, aceptando lo que les decían.
La ciencia ofrece esa libertad. Si nos dicen que una bola de rodamiento cae 19,62 metros en 2 segundos, todos lo podemos comprobar. Si nos dicen que tras la muerte vivimos sin cuerpo, no se sabe dónde, hasta un juicio final que nadie dice cuándo puede tener lugar, no hay forma de comprobarlo.
La ciencia nos permite a todos aceptar o rechazar las afirmaciones de los demás comprobándolas nosotros mismos. Nos hace personas en vez de meros esclavos.
Hoy, muchas personas se dejan llevar por estafadores con labia, capaces de convencerlas de que los huevos son cuadrados o que a las 12 del medio día es de noche. Son gentes que buscan tronos, para ellos y sus familias, posiciones de poder casi eternas. Y para ello denigran la ciencia pues saben que si utilizamos el esquema de comprobación de todo lo que se dice, sus estafas dejan de ser efectivas.
La ciencia la creó Galileo, allá por 1600, en las ciudades libres de la Italia del norte. Hizo efectiva la recomendación de los frailes del siglo XIII Grosseteste y Roger Bacon de que había que comprobar cualquier afirmación que se hiciese, haciéndola operativa mediante un esquema matemático que permitía la comparación exacta. Podemos decir "esa valla es más larga que aquella otra", pero solo si la medimos y decimos "la primera mide 10 metros, y la segunda 9.87", la afirmación tiene sentido.
La ciencia está obligada a ejercitar la duda sistemática, a no aceptar nada de lo que se diga sin realizar las comprobaciones correspondientes. Rechaza de plano el "se lo digo yo, que soy presidente, letrado, obispo o Papa''. Si nos dicen que un coche gasta 3 litros cada 100 kilómetros, el crédulo afirma: "Me lo ha garantizado el vendedor", mientras que la persona de mente científica agarra al vendedor, se monta con él en coche, va a una gasolinera, llena el depósito a tope, hace 100 kilómetros y vuelve a llenar el depósito a tope. Si paga 3 litros en la gasolinera, compra el coche, si necesita meter 5 litros, deja al vendedor tirado.
Hoy hay muchos, desde EEUU a Venezuela, Colombia, Filipinas, China y llegando a España, que afirman que van a arreglar la situación de muchas personas, que van a traer el paraíso a la Tierra. No hay prueba alguna de que lo estén consiguiendo.
Y claro, son esas personas las que intentan convencer a los ciudadanos de que la ciencia es inútil y es mejor la fé en ellos mismos.
En EEUU el comandante en jefe exige que le crean todo lo que escribe en Twitter. En Venezuela una persona que se agarra al sillón acusa a los que no tienen que comer de que están bien pagados por los yanquis. En Filipinas se mata a quien se sospecha vende droga. En la "avanzada" Europa, un gobernante de un país de la UE quiere que los jueces dejen de ser independientes y trabajen para él. Y en Hungría se cierra una universidad por mantener un espíritu crítico.