Con la llegada de la pandemia por Covid-19 se modificaron muchas conductas, la principal fue limitar el contacto físico y lo que se repitió durante el primer año era no abrazar a las personas, pues esto significaría un grave riesgo de contagio por el simple hecho de acercarse a alguien más.
De acuerdo con la doctora Alicia Castillo, especialista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), las personas que no recibieron abrazos en su infancia son más propensos a presentar alternaciones a nivel neurofisiológico. Esto quiere decir que pueden existir alteraciones en los sistemas dopaminérgicos, por lo que se puede ocasionar un mal funcionamiento a nivel afectivo y psicosocial.
En casos de ansiedad, un abrazo puede hacer que la persona regrese a la estabilidad, aunque esta acción nunca va a sustituir una terapia especializada para alguien que la padece, no obstante este tipo de contacto ayuda a reducir la preocupación y el miedo frente a algún conflicto.
Cabe destacar que, de acuerdo con la coordinadora de evaluación de la licenciatura en Neurociencias de la Facultad de Medicina, aquellas personas que no tienen contacto físico tienen un mayor riesgo de padecer alguna enfermedad o en casos extremos de morir, agregó que los enfermos que son tocados de modo afectivo tienden a recuperarse más rápidamente.