A medida que la ciencia y el lenguaje científico arraigan con más ahínco en la sociedad, aparecen términos nuevos. Algunos no siempre se utilizan como deberían. Otros son necesariamente sobresimplificados. Nadie dijo que la ciencia fuera fácil. Entre la línea de mal uso y la de sobresimplificación necesaria hay un terreno gris, complicado y lleno de matices. En él encontraremos la autofagia, tal y como se utiliza a día de hoy en muchos círculos nutricionales y de salud.
Más recientemente se ha comprobado la relación tan íntima que tiene con el envejecimiento. En términos generales, de nuevo, el tejido acumula restos celulares y estructuras disfuncionales a medida que pasa el tiempo. Cuando la autofagia comienza a fallar, esta acumulación se torna cada vez más complicada y perniciosa para la salud general del tejido.
Por otro lado, la autofagia es uno de los puntos vitales de la homeostasis, el juego de reglas fisiológicas que evitan que muramos, básicamente. Este proceso participa de forma fundamental en el crecimiento celular. En definitiva, es algo esencial en el metabolismo de nuestras células y está íntimamente relacionado con numerosas enfermedades.
Los principales beneficios asociados a la autofagia son la neuroprotección (mejor mantenimiento de nuestro sistema nervioso); la prevención contra ciertos problemas metabólicos relacionados con las grasas y las proteínas; y, por supuesto, el envejecimiento, que es donde brilla más su papel. Esto tiene aún más interés en la medida en la que existen, como hemos dicho, tratamientos farmacológicos y estilos de vida que son capaces de intensificar la autofagia. Con esta línea de argumentación, es fácil llegar a la conclusión: entonces, si incentivamos la autofagia, mejoraremos la salud de las personas.
En realidad, esto no está tan claro. En una una publicación de 2019 de la prestigiosa Nature, dos investigadores de la Sorbona, Francia, ponían de manifiesto una duda más que legítima: ¿qué viene primero, el problema celular o la enfermedad? No es una pregunta baladí: la falta de salud tiene como efecto directo la aparición de un montón de desechos celulares. ¿Podemos suponer que eliminándolos mejorará nuestra salud? En el mismo estudio ya se contesta a esta pregunta: no lo sabemos.
Para estos investigadores, la simulación de la autofagia tiene un impacto positivo. ¿A qué nivel? Tampoco podemos determinarlo. ¿Funciona en la vida real? Pues es otra cuestión que todavía está sin aclarar. Por ejemplo, sí sabemos que alterar la autofagia con la mutación de un gen funciona con ratones. Pero del modelo murino (roedores) al humano hay un trecho bastante grande. Eso por no hablar de que estamos comparando un modelo genético con posibilidad de usar un fármaco para regular este proceso metabólico en nuestro beneficio.
Existe una relación muy interesante sobre la que sí podemos andar con más seguridad. Hablamos del ayuno, claro. Este patrón nutricional activa la autofagia en diversos tejidos y situaciones. Según la literatura científica, y a pesar de que falta asentar algunos aspectos de la mecánica, el estrés producido por el ayuno y la restricción calórica induce a la autofagia. Este mecanismo pudiera ser el que esté detrás de otro hecho conocido: el ayuno es beneficioso para la salud.
La restricción calórica temporal ayuda a reducir los factores de riesgo de varias enfermedades como el síndrome metabólico, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. También se han encontrado beneficios contra las enfermedades neurodegenerativas. Reducir el tiempo de ingesta, y espaciar entre comidas, ayuda a reducir la grasa corporal y a aumentar la cantidad de masa magra (el músculo) o a mejorar la neuroplasticidad. Podríamos seguir así un buen rato, pero la conclusión sería la misma: hay muchos indicios, pruebas y hasta consenso avalado por la evidencia científica de que ayunar es bueno para la salud.
Esto tiene un sentido muy claro: nuestro cuerpo es una máquina que se regula con una exactitud increíble. Su capacidad de respuesta está por encima de cualquier ingenio que podamos inventar. Esto tiene también un precio, y es que es muy difícil variar algunos de sus aspectos más intrínsecos. La autofagia y sus consecuencias se cuentan entre dichos aspectos, al igual que el metabolismo y otras cuestiones fisiológicas. En conclusión, tenemos claro que es un proceso esencial en el envejecimiento, y cada vez estamos más cerca de entender cómo podemos usar dicho conocimiento en nuestro beneficio, pero todavía queda mucho camino que recorrer.
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