El problema con los teléfonos móviles es que la gente no para de mirarlos. Al menos esa es la opinión del hombre que los inventó hace cincuenta años.
Martin Cooper, un ingeniero estadounidense que se ganó el apodo de "Padre del teléfono celular", dice que el dispositivo que tenemos en nuestros bolsillos tiene un potencial prácticamente ilimitado y que un día podría ayudar en la batalla contra algunas enfermedades.
Pero ahora mismo podríamos estar un poco obsesionados con ellos.
Cooper tiene un reloj Apple y el último iPhone, en el cual de forma intuitiva salta de su correo electrónico a sus fotos, a YouTube, o al control de su aparato de audición.
Renueva el aparato cada vez que la compañía lanza una versión, que somete a un examen minucioso.
Pero confiesa que, con millones de aplicaciones disponibles, puede ser demasiado.
En la época, él trabajaba para Motorola al frente de un equipo de diseñadores e ingenieros en una carrera para producir la primera tecnología propiamente móvil y evitar quedarse por fuera de un mercado emergente.
La compañía había invertido millones de dólares en el proyecto con la esperanza de derrotar a Bell System, un gigante que dominó las telecomunicaciones en Estados Unidos desde su creación en 1877.
Los ingenieros de Bell habían lanzado la idea de un sistema celular de teléfono justo después de la Segunda Guerra Mundial, y a fines de los años 1960 habían logrado colocar teléfonos en los vehículos, en parte por la enorme batería que requerían para funcionar.