“¡Poneos por parejas! Vamos a hacer el ejercicio del espejo. Es vuestra oportunidad para conseguir que otra persona haga algo raro”. La actriz y coreógrafa Angela Trimbur, vestida con un crop top con estampado de leopardo y un híbrido entra unas braguitas y unas y mallas de tiro alto, nos guía en el centro de Manhattan durante su clase de baile de los domingos, para la que ha agotado las entradas. Suena el tema de Crystal Waters "100% Pure Love" y em doy de bruces con Brooke, una mujer embarazada que hace una serie de golpes de pecho y elásticas muecas faciales. Finge hurgarse la nariz (de forma educada, alegremente extraña) y decido hacer lo mismo mientras nos balanceándonos al unísono como si fuéramos unas estrellas del rockabilly trasplantadas al plató de la serie estudiantil PEN15.
Trimbur ha decidido llamar Thirteen a esta lección de espíritu indie, que es también una odisea emocional a través de la danza y un guiño nostálgico al estudio que tenía su madre en los 90 en Pensilvania. Trimbur se hizo famosa en Internet en 2018 por relatar con franqueza sus tratamientos contra el cáncer de mama a los 37 años, una experiencia que volvió a centrar el cuerpo (revuelto y vulnerable esta vez) como medio de autodescubrimiento y conexión. Ahora, con su regresión a la pubertad, está liderando otro tipo de transformación: "Estoy volviendo a esa época porque fue la más libre", explica Trimbur después de la clase, mientras los vídeos de los participantes de su excéntrica coreografía empiezan a circular por internet. Tras dos años de pandemia, ponerse unas rodilleras y deslizarse por el suelo sienta sorprendentemente bien.
Las clases de baile alternativas están en auge y aparecen de la nada en antiguos almacenes y en plataformas virtuales diseñadas durante el parón del COVID. Es un fenómeno del fitness tan antiguo como los leotardos que Trimbur ha comprado en eBay. En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984, el jazzercise había calado tanto en la cultura cotidiana que su creadora, Judi Sheppard Missett, participó en el relevo de la antorcha y 300 instructores de esta disciplina actuaron en a inauguración. Pero las clases de culto de hoy no tienen ese objetivo aspiracional del culto al cuerpo como antaño, sino que ofrecen comunión, liberación psíquica y diversión
Moves, la clase multinivel dirigida por las veteranas bailarinas Lauren Gerrie y Marisa Competello, tiene como eslogan "Pura alegría". Cuando Moves se hizo popular por el boca en boca hace más de una década constituía en parte un homenaje en la Costa Este a las exultantes clases del coreógrafo afincado en Los Ángeles Ryan Heffington. La euforia que desató el movimiento se trasladó a sus concurridas sesiones de Instagram Live a principios de la pandemia. Esta primavera, cuando Heffington llenó un espacio de estudio por primera vez desde el confinamiento, optó por una coreografía simple "para que la gente pudiera sacar ese espíritu lo antes posible", según relata. Las sesiones de Socanomics que se celebrarán este verano por todo el país prometen sonrisas y energía en la misma medida (y aros afrocaribeños para menear las caderas). A su cargo estará la entrenadora de Los Ángeles Selena Watkins. Reunir a los devotos de sus carnavalescos entrenamientos online parece casi una reunión familiar: "Nada puede sustituir esa fuerza", dice Watkins.
Intuimos que los beneficios del baile van mucho más allá de la métrica. Lo que la diferencia de entrenamientos de gimnasio, más sencillos, es lo que Emma Redding describe como el "elemento biopsicosocial". Pionera en el campo de la ciencia de la danza y directora del Victorian College of the Arts de la Universidad de Melbourne (Australia), Redding señala los recientes descubrimientos que sugieren que la danza está relacionada con un sentido de "pertenencia, identidad, autonomía, autoconfianza, todos ellos aspectos muy importantes para el bienestar". Y esto me hace pensar, porque fui una adolescente introvertida que creció en estudios de ballet y que desde hace tiempo utiliza la danza como medio de expresión para lo bueno y para lo malo. Una vez recobré fuerzas tras romper con mi pareja pasando las noches a solas en un club con la esperanza de perderme en la niebla oscura. Cuando se me acercó un tipo con intenciones dudosas, mi rechazo fue contundente: "Lo siento, estoy aquí para exorcizarme por mi cuenta".